Este blog no tiene sucursales...

Este blog no tiene sucursales, no se deje engañar...

Evite imitaciones y plagios que proyectan falta de creatividad; nadie más le ha hablado ni le hablará de la entrepierna como nosotros lo hacemos. Somos los pioneros en este concepto, no se separe, no deje de estar entrepiernado con nosotros. Es un gusto...



Su editora desde 2009, Yuriria Rodríguez Castro.



lunes, 25 de febrero de 2013

                                   Para mi amor, para ella.

Antes de escribirlo, te lo dedico
Antes de llamarte, pienso tu nombre
Antes de cerrar, tomo la llave que me diste
Antes de dormir, te sueño
Antes de hacerte el amor, nuestros cuerpos
Antes del hospital, ya te escribía
Antes de las cartas, ya te amaba
Antes de tu mirada, no podía ver
Antes de tu voz, estaba muda
Antes de las escaleras y el corredor que anduve y subí para encontrarte,
las noches se llenaban de caminos interminables para el insomnio.

Yuriria Rodríguez Castro
25/02/2013
 

miércoles, 27 de octubre de 2010

Hacerse viejo de golpe

Es de familia esto de envejecer de golpe, y cuando digo “de golpe” no me refiero a que sea pronto, sino a que la vejez te sorprenda sin el molesto proceso de envejecimiento creciente, pero lento y tortuoso que trae consigo. Así, a mi madre, igual a la abuela, a mi padre y a mí, nos llegó el momento, aquel en que te miras al espejo del lago y te ves como el invierno, sin aviso, cuando apenas ayer exactamente eras joven aún.
Por esa razón hemos tenido suerte, porque la vejez antecede breve y con claridad a la muerte, pasa rápido a avisarte de lo eterno, de lo sagrado. Eso pienso mientras sostengo la playera autografiada de un famoso futbolista ante las cámaras; me dijeron unos periodistas que era un homenaje a la valentía de mi papá, quien hoy, hace tres meses que lleva atrapado en la mina.
“No más televisión ¿escucharon?, eso es lo que quieren allá afuera, que nos olvidemos de salir con todo esto”─, irrumpió uno de los obreros en la sala de TV que el gobierno les hizo llegar a través de un ducto que lleva al interior de la mina.
Enseguida se fue la imagen y él quedó al centro de la atención.
“Vean todo esto: pantallas planas, hornos de microondas, internet, cámaras de video, videoteléfonos y fútbol, ¡sólo eso nos faltaba para no exigir nada, y menos por nuestra vida!
“¡Ha enloquecido como otros!, ¡Es comunista!”, se oyó entre los asistentes a la sala de recreos llamada “La evasión”; “¡tenemos que salir!, no entienden; aquí adentro sólo nos falta una sucursal de Wal Mart!”, “¿por qué nadie ha salido?, ¿por qué no intentan aunque sea un rescate rápido y arriesgado?, ¿por qué nada?, ¿por qué sonríen y gritan locos de felicidad a las cámaras?; ¿saben cómo lo presentan los periodistas allá afuera?, dicen que estamos muy bien, ¡poco les falta decir que mejor aquí nos quedemos!”
“¡Se está acabando nuestro aire!”, “¡no se puede hablar fuerte!”, “¡ha olvidado las reglas y merece un castigo!”. La turbamulta comienza a golpear silenciosamente al muchacho, lentamente, pero con violencia. Nadie habla, o hablan muy poco; hasta que lo dejan en el suelo, muerto.
El problema del muerto se resolvió, los medios de comunicación lo callaron como en la mina, adentro por ahorro de aire, afuera por ahorro de protestas. Al muchacho lo cortaron en pedacitos, miembro por miembro, colocando cada parte en pequeños recipientes que fueron enviados al exterior para su respectiva cremación. Nadie lloró. Excepto otros dos, sus amigos, con los que planeó el atentado. Todo salió mal, lo descubrieron y pagó las consecuencias.
“Tenemos que encontrar otra manera…”, dice en bajito Lauro a Jorge cuando se encuentran en la sala de “Comestibles”, que es la más concurrida y por eso la más segura para hablar sin llamar la atención de nadie.
“¿Pero cómo?, ya prohibieron los libros y sólo le hacen caso a la televisión que todo el tiempo les dice que están bien, que mejor aquí se queden…”
“Hay una alternativa… necesitamos ver muchos programas, sobre todo series; les gustan las series ¿no?, ¿cuántas horas le dedican a ver series al día?”
“Unas diez… las dos horas restantes las usan para comer…”
“Antes de las seis te espero en la sala de recreos, vamos a redireccionar “La Evasión”.
“No entiendo…”
“Vamos a enseñarles lo que dicen esas series... y a través de ellas les vamos a demostrar lo que quieren hacer con nosotros…”
Después que Lauro y Jorge creaban mesas de debate en torno a las series de televisión, la mina se convirtió en un centro de discusión cada vez que terminaba un programa, pese a que hablar significaba vivir menos; todos hablaban y cada vez más fuerte. Fue tal el éxito de estos debates, que Lauro y Jorge comenzaron a hacer sus propias producciones con los otros mineros; y poco a poco, casi sin darse cuenta estaban conscientes y listos para la revolución. Una revolución de viejos, envejecidos por la mina.
Poco antes del golpe, Lauro le escribió a su hijo:
“En la mina se envejece rápido, hijo, es como si respiraras en la fosa nasal de una calaca. De golpe, supe el otro día o noche, ya no sé, que pronto moriríamos todos, pero que éste era el presagio, mi vejez prematura, la de tu abuela, la de tu madre, la tuya, que ya te llegará, hijo, y no estaré ahí para hacerte bromas sobre tus canas. No te veré envejecer rápido, ni tú me verás morir, mejor será. El otro día te vi en televisión, te estaban entregando la camiseta del futbolista campeón del mundo que ahora tengo en recuerdo. Allá afuera lo saben todo de los que estamos adentro, me conmoví hasta el llanto, hijo.
Dile a tu madre que no se preocupe por el futuro, nuestra familia dura mucho tiempo joven y fuerte; saldrá adelante igual que tú. El otro día pasaron un documental en la tele sobre la vida en las cavernas, me dio risa.
Me voy hijo, últimamente me agoto hasta de escribir, casi no puedo respirar. A veces pienso que se trata de un experimento, pero no puedo escribirte mucho de eso; también lo vi en la tele, es la única forma como nos mantenemos conectados con la realidad, todos enloquecen con los enlaces del programa de noticias, cuando nos entrevistan en vivo nos damos cuenta que no estamos soñando una pesadilla larga y oscura.
Debes saber que ya no te escribiré más; nos comunicaremos de otra forma; muy pronto lo sabrás, no intentes averiguarlo antes. Discreción es la palabra que te pido consideres, pero me verás muy pronto o moriré intentando salir de aquí, lo verás en televisión.
Del plan; sólo te puedo decir que la pantalla será nuestra nueva arma muy pronto. Estamos contando los segundos para que todos lo vean. Falta poco…”
Unos días después, Lauro le escribió de nuevo a su hijo:
El día en que fijaríamos nuestra postura en cadena internacional llegó, con las cámaras y la gran antena transmisora que nos dio el gobierno lo habríamos de encarar. El anuncio sería la acción conjunta, conciente y voluntaria de quitarnos la vida por televisión. La sorpresa sería el reality show de un suicidio colectivo.
Aquel día unos estaban gustosos de morir; habían pasado tanto tiempo lejos de la realidad, que quizás la muerte sería lo único real que podrían sentir; pero otros, no sé que decirte de los otros, lloro de pensar; otros se aferraban tanto a esa vida que hasta llegaron a enviar mensajes al gobierno para rogarle que los dejaran vivir en la mina, que afuera no tenían nada, ni trabajo, ni casa, ni escuela. Nada, y que la mina era todo para ellos.
Ese fue el día más difícil para mí, como líder del grupo de obreros. Siempre pensé que los líderes eran tipos que andaban en un convertible y luego iban a una junta para más tarde cenar con varias mujeres; y ahora veme aquí, un obrero conduciendo esta carroza al infierno.
Ya nada más hay que te pueda contar, hijo, bien sabes lo que pasó después: nos pasaron en vivo a nuestras familias y a la gente que nos decía “héroes” y “valientes”, muchos se arrepintieron de tomar el amoníaco, sólo tres alcanzaron a tomarlo, a Jorge y a mí nos detuvieron a golpes otros obreros y luego nos encarcelaron dentro de la mina; sí, hijo, sé que te sorprendió saber que hay una prisión adentro de otra, pero así es. Y ahí estuve por varias semanas. Hoy todavía me tienen bajo vigilancia y la mina sigue igual y nosotros seguimos igual, bajo la mina. Cuando nada se tiene, ni la libertad para morir cuando se deseé nos queda.
Esperaremos adentro hasta que el gobierno decida cuando debemos morir. Pero hace unos días tuve una esperanza: mi vejez repentina.
Y mi padre no escribió más.


Yuriria Rodríguez Castro.
10 de septiembre de 2010.


lunes, 6 de septiembre de 2010

Baraja

Revuelven y se escucha el crujir de las cartas, es como una marcha reprimida con el manifiesto de nuestra generación que no se ha escrito aún, pues solo tiene rabia que expresar y el rencor no pide justicia. Basta ir a un Casino para que jóvenes con estudios de bachillerato o profesional te repartan las dos barajas ocultas. Ellos no arriesgan.

El gusto por las mujeres y el humo se agolpan entre luces y gestos. El pokar me gusta porque se juega para perder.

¿De qué sirvió esa década previa en la que acordamos caer todos al mismo tiempo para encontrar un abismo?, no encontramos nada y no nos solidarizamos ni de camino al vacío, ni si quiera encontramos un nombre que nos definiera como sociedad de fin de milenio. ¿Para qué tantas charlas con pastillas y marihuana?, ¿para qué producir una mezcla narcótica de todas las eras psicotrópicas, si seguimos jugando a acomodar la suerte?

Reparten: el salón respira y los jugadores como gatos me hablan desde el interior con sensuales movimientos. Se ocultan lamiéndome la sien tras fumar opio.

La mayoría se adelanta a jugar sus cartas, es la paciencia lo único que destruye al enemigo, los que no aceptamos mostrarnos optamos por la furia contenida; los que sí, decidieron celebrar la rabia desde la conformidad y la indiferencia; desde la cámara lenta del Casino.

Ningún movimiento me delata esperando cada carta: ¿cuantas veces te dije que nos habíamos encontrado por casualidad y me dejaste pasar al ver que lloraba al pie de la escalera que conduce a tu departamento? Venía de jugar, oliendo a las mujeres del salón; aquel oscuro luminar de artificios eran mi coartada; el sitio en el que ni la ciudad ni tú podían evitarme.

Fíjate lo que me queda hoy de lo que jugaba entonces, ni la mitad de la rebelión que aposté ese día cuando llegué gritando que te amaba y después, me senté a esperarte en la oscuridad. Ahora estoy mirando lo que odiaba sin combatirlo más, dejando pasar las manos de la baraja.

Sigo a un hombre que espera a la puerta del Casino. Hace rato que vengo a esta mesa para olvidar la máscara del azar y el oscuro rostro del que juega. Era un jugador como yo y hoy lo he visto que camina como un indigente, su mundo es el de los desperdicios y la fantasía tan lejana de lo real que es felicidad pura. El hombre siempre lleva con él un carro alegórico construido con basura tan armoniosamente ordenada, que se nota ha dedicado tiempo a combinar colores y lograr composiciones abstractas de objetos que recoge o roba por una suerte de atracción estética. Es tan bello lo que carga y trae puesto, que la basura luce limpia, no como el impuro caos; el se cansó de la suerte, del delirio y pone orden armonioso.

En el salón de juegos, todos se entusiasman con perder, por eso ya sabes lo que pienso de esos seres que comen poco o comen mal y aún así eructan en señal de satisfacción; lo mismo que pienso de aquellos que gritan de placer a media noche, que estrechan sus manos o salen a correr por las mañanas. Los que van al gimnasio o forman parte de un club, los que van a la Iglesia, los que se toman la foto en las reuniones, los que se ponen de acuerdo, los que tienen rutinas; insisto: los satisfechos, ellos sin excepción, son mis enemigos porque solo ganan.

Y los conozco bien, son predecibles, tanto como que va a anochecer y luego abrirá el día, ellos siempre indican la ruta, saben a dónde van porque no tienen a dónde ir. Checan tarjeta puntualmente, se colocan tras el aparador, despachan a toda velocidad, toman el mismo autobús de regreso y el paisaje es una imagen fija. Son inalterables, indiferentes, tramposos, creyentes, imbéciles reconocidos y aprobados.

Por fin entiendo a Pessoa y su envidia por los mendigos. Cuando vi a ese hombre y le miré los andrajos que portaba como el traje de un rey pleno de poder. Cualquier satisfecho habría envidiado esa seguridad y esa presencia.

He visto su basura y es una colección de pérdidas, de fracasos celebrados en la mesa aterciopelada. Me persigue el hombre o su imagen, ya no distingo; pero lo veo trazar un camino con las cartas: jotos, reinas, tréboles. Tiene un as que al extraviar en pleno juego provocó mi ruina. Sudé vértigo, ese frío invasor que te recorre cuando sabes que te estás rindiendo. Fue que por un instante pensé en renunciar, formar parte de alguna muy bien estructurada simulación, de alguna cofradía secreta. Pero por fortuna la soledad venció al miedo y no mordí ese anzuelo. No te estaría escribiendo si no hubiese triunfado, si es que formara parte de una luminosa revelación. Todavía me gusta este hosco agujero donde me basto y sobro para contar las tinieblas, para prender la luz, a efecto de tallar mi corazón con una piedra.

Se descubren las cartas.

martes, 3 de agosto de 2010

Las Malvinas

Yuriria Rodríguez Castro

Una buena parte de mi pasado está lleno de corredores oscuros en un teatro. Me dediqué a actor y luego a payaso; tú sí lo recuerdas con claridad, tenías el boleto en la mano cuando te veía sentarte en la butaca desde donde me lanzabas algún desperdicio. Yo no tuve opción, a mí me empujaron al escenario, nunca vi quién; estaba lo suficientemente oscuro para identificar al agresor, y ahora está más oscuro para distinguir su sombra.


Pero quiero que sepas que de donde vengo solo hay tres oportunidades: la primera, la segunda y la tercera llamada. Comenzamos. Y luego el final.



Acéptalo: me colocaba una nariz tan grande como mis zapatos para hacer mi patético acto en el que llenaba de agujas a una muñeca idéntica a ti y tú gritabas de entre el público.

O aparecía con una flor en el trasero, que luego regaba para provocar la risa del público. Juré no dejar de actuar, pero una noche vomité en el guión y nunca tuve buena memoria para recordar los diálogos. Esa noche de estreno renuncié al ritual nocturno.

Desde entonces, ya no puedes ignorarme, te sorprendió mi capacidad de abandono, te pareció tan cercano al amor eso de renunciar a lo amado. Me viste escapar de quienes me admiraban, y de mis críticos más voraces; incendiar el telón y golpear las butacas. Huir como huyen los artistas fastidiados por la belleza predecible.

Ahora termino la Universidad y el mural de aerosol en el suburbio donde crecí ya fue borrado, ¿te acuerdas?, aquel donde Carlos Salinas de Gortari se inyectaba heroína mientras el país se caí todo. Cuántas veces me drogué mirando ese mural callejero, cuántas fui a la vecindad en Peralvillo, donde cada cuarto era como un ropero viejo, del que salía una niña tuerta que me recibía sonriente antes de darle aviso a la mujer que me vendía droga.

Reconóceme ahora que la máscara me persigue sin fin, que no creo en esos mitos disfrazados, ni en esas oportunidades. Te amo, mientras envidio el paisaje de hielo que contemplas; quiero andar la nieve como tú.

Recorrer el frío como una llama desolada, como el agua que no quiso correr, como el viento que se congeló hasta caer en copos, como la naturaleza de espejos que refracta la luz, como hacer una cita con la nada, encontrarte sin ella, sin ti. Llegar puntual para no verla, para no verse. El limbo, finalmente lo conoces. Eso salí a buscar aquella noche sin mí. Regrésame esta carta para cuando vuelvas de Las Malvinas y entenderé que no es el fin del mundo.

Texto protegido por derechos de autor (INDAUTOR)

Pasión por el ajedrez


Yuriria Rodríguez Castro


El ajedrez me apasiona, pero no sé jugarlo; al ver todas esas figuras simbólicas en incomprensible dualidad, las miradas clavadas en el tablero; la cantidad de horas invertidas en tomar una decisión, me recuerda que jamás he tardado tanto en decidir algo.

El dominó es algo distinto, lo juego muy bien y desapasionadamente, casi con sólo arrojar las fichas al tablero puedo ganar, es mucho más intuitivo y escandaloso; lo practicamos aquellos que no tuvimos una formación demasiado intelectual. En él, casi siempre vencí por ser peor y rodearme de los peores; mis adversarios eran sucios, fumaban y bebían mientras arrojaban con desprecio la mula de seises, después de carcajearse y eructar. Cuando escuchaba esos rectángulos de marfil chocar entre sí, era el momento de la violencia calculada: cuadrar, cerrar, ahorcar, pasar para dominar. Todo por el efímero placer de un juego repulsivo.

Ahora, mi memoria está llena de jugadas, no de tácticas; de circunstancias, no de estrategias; cuento lo que hay, no calculo lo que puede ser, por eso no sé ajedrez. Pero cuando veo esas figuras defender erguidas la dignidad de su pieza más frágil: el rey, me dan ganas de abandonar las insulsas “manos” donde yo iniciaba y terminaba todo. Una de estas noches (porque el dominó es juego nocturno) cuando esta pasión me haya vencido; si caigo en un tugurio, bar o cantina, ahí donde hasta los inconscientes borrachos pueden jugarlo todo, les llevaré un alfil negro a los perdedores.


Texto protegido por derechos de autor (INDAUTOR)

jueves, 22 de julio de 2010

Las Aparicio, apariciones y apariencias


Yuriria Rodríguez Castro



Las Aparicio es una serie que ha programado una hora de inteligencia diaria a la televisión mexicana; se trata de una historia diferente que no basa su fuerza en una cultura ajena, opuesta a la cosmovisión del México más antiguo y moderno. En esta serie, las mujeres Aparicio “conviven” con sus apariciones en habitaciones y partidas de ajedrez.

Las escenas donde el mundo de los muertos y el de los vivos se juntan en esta serie, son algo natural y cotidiano; bajo el timón de Carlos Payán y Epigmenio Ibarra; así como gracias al trabajo artístico y creativo de Natassja Ibarra y Eréndira Ibarra; el resultado televisivo acierta en esta manera de retratar lo que en la cultura nacional representa la muerte, pues mientras otros melodramas convencionales nos la muestran atemorizante, en Las Aparicio todos la pasan con sus muertos, incluso Rafaela, la matriarca de la familia, quien prepara su muerte en calma.

La premisa de Las Aparicio es que “el matrimonio conduce a la muerte de sus parejas”, ellas, a la vista de los hombres, son una especie de viudas negras dispuestas a amar y matar.

El mentor de esta historia es la matriarca de la familia, Rafaela; ella tiene la severidad de la mujer honesta y experimentada que confronta a sus hijas y las cuestiona, para que ellas duden y reconsideren, asumiendo otra postura en su vida laboral e íntima.

Aunque la estructura dramática de la historia contiene los elementos arquetípicos de cualquier otro drama, Las Aparicio muestra mayor complejidad en algunos personajes, mientras que otros no completan aún su carácter en la historia.

Los arquetipos en Las Aparicio son muchos y van cambiando conforme se desarrolla la serie, donde cada una se encuentra con personajes distintos que marcan su propia trama, partiendo de que el arquetipo de héroe-heroína lo representan cuatro protagonistas de Las Aparicio: Alma, Mercedes, Julia y Rafaela.

Julia, figura cambiante

Sin embargo, hay una Aparicio, Julia, en la que el arquetipo figura cambiante es una constante pese a ser heroína. Julia expresa la energía del ánimus, es decir, del ánima; término que emplea Carl Gustav Jung para referirse al elemento masculino presente en el inconsciente femenino. Esta ambivalencia se observa en la bisexualidad de Julia, que la muestra insegura y por momentos borrosa en la historia.

Julia aún no descubre si su realización de pareja corresponde a una proyección del ánimus o al amor; todavía no logra conciliar y aceptar esta unión dual. Por eso, este personaje se encuentra en una disyuntiva que la enemista consigo misma, con su carácter de heroína, donde la figura cambiante se opone a su meta.


El inconsciente de la figura cambiante en Julia, es también un catalizador del cambio, sus imágenes e ideas sobre la sexualidad y las relaciones, la frenan y la impulsan al mismo tiempo.

Aunque esta concepción sexual y de pareja es algo presente también en sus otras hermanas, quienes igualmente asumen el rol de figura cambiante en algunos momentos de la serie, es Julia quien mantiene una constante en este arquetipo.

Además de ser figura cambiante, Julia está atada a una unidad de opuestos: Armando y Mariana. En la unidad de opuestos es imposible frenar las desaveniencias; aunque en el caso de Mariana y Armando ha habido un intento por solidarizarse en un mismo objetivo que es forzar la decisión de Julia, ambos saben que uno quedará fuera en su lucha por ganar el amor de Julia Aparicio.

La elección de Julia destruirá el amor de uno de los dos en el triángulo, por eso es una figura cambiante antagonizada por la unidad de opuestos.



Máximo, la sombra

El personaje de Máximo se ubica en el inconsciente de los personajes a los que visita, es la sombra y embaucador de Las Aparicio y de Leonardo.

Según la categoría de arquetipos citada por Christopher Vogler en El viaje del escritor, la sombra representa la energía del lado oscuro, de lo inexpresado y del rechazo; este arquetipo simboliza el poder de los sentimientos reprimidos, tal como lo hace Máximo con sus visitaciones. Máximo es el antagonista de la historia, está montado en el mismo caballo que Rafaela, Alma y Leonardo; pero tiene otra forma de jalar la rienda, para lo cual influye desde las emociones y los sentimientos de los personajes visitados.

La sombra de Máximo son los recuerdos y un futuro que amenaza con destruir a los tres personajes. La función de la sombra, según Vogler, es la de desafiar al héroe y proporcionarle un oponente digno con quien luchar. Estas sombras crean y avivan el conflicto, ya que impulsan al héroe al cambio y a la aceptación del reto que les impone.

La sombra se apodera de Rafaela, Alma y Leonardo, cuando estos se ven paralizados por las dudas generadas por los irónicos cuestionamientos de Máximo, cuando los invade la culpa, el egoísmo y la ambición. En el caso de Leonardo, Máximo lo empuja a mostrarse egoísta subyugando el amor que siente por Alma; en Rafaela, Máximo la lleva de la culpa a la duda anunciándole su muerte; en Alma despierta sus temores de pareja y sus prejuicios morales. Sin duda, Máximo es la sombra de Las Aparicio.

Rafaela, mentora y embaucadora

Dice Vogler que el embaucador proyecta las energías de la malicia y el deseo de cambio; por eso, Rafaela se circunscribe a este arquetipo, porque no es en absoluto conservadora, está buscando el cambio en positivo de sus hijas y nietas; es quizá la más liberada y liberadora de todas Las Aparicio.

La figura del héroe embaucador es un arquetipo presente en los mitos y cuentos populares más antiguos, es un pícaro lleno de sarcasmo e ironía. Rafaela tiene la agudeza crítica del embaucador, es ingeniosa y muy aguda. Ella es un catalizador del cambio, pero al mismo tiempo es la anciana sabia de la familia, la mentora de Las Aparicio que entusiasma y motiva a quienes le rodean. Ella ha sido llamada para proteger a las heroínas de esta serie, es la guía del viaje de su peculiar familia constituida por mujeres y del propio viaje hacia la muerte.

Los mentores, desde la Odisea de Homero, hablan en nombre de Dios o inspirados por una sabiduría divina. Los mentores también enseñan y orientan, poseen un don y otorgan una ofrenda u obsequio mágico al héroe. Rafaela mentora, prepara su mayor obsequio a sus hijas al alistar su herencia.

Alma, mentora sexual

Por otra parte, hay una faceta en el mentor relacionada con la iniciación sexual; aquí podría circunscribirse el personaje de Alma, quien representa al shakti de la India, quien conduce al amante a la experiencia de lo divino. En este sentido arquetípico, Alma es una guía espiritual en las experiencias sexuales de sus iniciadas a las que les da clase y de alguna forma entra e intima con ellas, de igual manera lo hace con sus scores, a quienes inicia en la labor de ser también mentores sexuales.

Alma cree poseer un don que gusta de compartir con las mujeres más frígidas y reprimidas sexualmente; ella a su vez liberó su sexualidad en un ritual de iniciación con un hombre mayor, quien después sería su esposo y sombra, Máximo.

Aurelia, heraldo del linaje Aparicio

Aurelia es la voz narrativa que cuenta la historia de Las Aparicio. Históricamente, los heraldos anuncian y recitan las causas del conflicto de guerra, son los responsables de reconocer los linajes y escudos de armas, así como también se encargan de identificar personas y relaciones en la batalla.

Aurelia es un heraldo porque es un personaje neutral que está dentro de la historia sin estar directamente involucrada en ella, es un ama de llaves encargada de llevar el mensaje de Rafaela a sus hijas cuando ésta al fin muera. Aurelia se ubica como emisaria y embajadora de la historia de Las Aparicio; vive con ellas aunque no forma parte de la familia y esto le permite ser el heraldo que cuenta e hila las historias de cada una de ellas.

Leonardo, guardián del umbral

Aunque personajes como Leonardo, pareja de Alma, entraría en la clasificación de guardián del umbral, por momentos también manifiesta rasgos de figura cambiante dentro de la trama.

Para saber la verdad acerca de la muerte de Máximo, cuya sombra le importuna, Alma tendrá que cruzar el umbral de acceso a un nuevo mundo, en el que el guardián de esa oscura verdad es Leonardo.

Leonardo no es un héroe que acompaña románticamente a su heroína Alma, él es un antagonista de menor fuerza que Máximo y que la complicidad con éste, lo ha convertido en guardián y centinela de la sombra. Por eso Leonardo también es oscuro, porque es una extensión sombría del fallecido esposo de Alma.

El personaje de Leonardo se encarga de acortar la distancia entre Máximo y Alma, permitiéndole al primero estar alerta de cada movimiento que ella realiza.

La función psicológica del guardián del umbral es la de la neurosis, los vicios, las dependencias, las carencias y limitaciones. Tal como se conduce Leonardo, quien se siente en desventaja con Máximo, tiene una relación de dependencia con Alma y se encuentra limitado por la sombra que, a su vez, fue y sigue siendo después muerto, su más grande mentor. Así se lo revela Leonardo a Alma mientras ella duerme en sus brazos, al confesar que el mismo hombre que la marcó a ella, lo marcó a él; y es que la relación entre Máximo y Leonardo es tan iniciática como la que sostenían Alma y él; para ambos Máximo ha sido un padre y mentor.

Las Aparicio y las apariencias de la mujer unidimensional

El hombre unidimensional de Herbert Marcuse, sirve también para analizar la unidimensionalidad de la mujer en la modernidad: el preámbulo de Las Aparicio dicta un manual de cómo ser una mujer perfecta.

Las Aparicio son todavía unidimensionales, viven en la dimensión única de la mujer cosmopolita, con riquezas, elegancia y éxito. Aunque parecen liberadas, aún las domina la enajenación de la tecnología y el sexo opuesto.

Sin embargo, ellas escuchan el llamado a la aventura a partir de la muerte de sus esposos o padres. Hay algo de lo que la muerte las libera invitándolas a ver más allá de ese mundo de comodidades. Es la muerte quien las ha hecho libres, quien les ha arrancado lo unidimensional.

Las heroínas de esta serie rechazan el llamado a la aventura a través de sus relaciones amorosas, que las atan al mundo ordinario, al relacionarse con empresarios casanova, abogados que se creen machos alfa, hombres casados y futbolistas infieles.

Cada una de Las Aparicio vive una ausencia de libertad cómoda; la realidad de estas heroínas está exenta de contradicciones sociales, la lucha de clases y la desigualdad, incluso la lucha de género pasa fuera de su ámbito, ellas sólo son vehículos para una liberación limitada por las necesidades de la sociedad industrial avanzada que dirige sus esfuerzos capitalistas a convencerse de que el suyo es un progreso global y tecnológico. Las Aparicio viven en sí mismas, no para sí mismas todavía.

Es en el debate sobre la igualdad económica donde más carencias se encuentran en esta historia. Se trata de mujeres que lo tienen todo y cuyas necesidades se limitan a lo que la sociedad unidimensional le ofrece a su género.

Por ejemplo, Alma Aparicio está enajenada con un negocio de comercio sexual masculino, con el que desde la justificación del progreso y la búsqueda de la liberación femenina, lo que hace es resarcir las carencias de un sistema que cubre necesidades a través de un contrato, y no desde una estructuración equitativa que provea de igualdad para satisfacer las necesidades de los individuos.

Alma enajena la insatisfacción sexual de la mujer desde la exclusión de la mujer, pero no involucra a ambos en un mismo proceso donde cada quien asuma su responsabilidad sexual; digamos que orienta a las mujeres para satisfacer a sus hombres y a sí mismas, sin tomar en cuenta que la sexualidad está vinculada a una relación de poder mucho más compleja, donde el papel de sometimiento sexual de la mujer sigue siendo el mismo, con la diferencia de que en la industrialización del sexo ella debe pagar por ser sometida.

En el caso de Mercedes, ella se encuentra en una disyuntiva de tipo dialéctico tras la muerte de su esposo infiel; “Meche” –como le dicen sus hermanas− se pregunta si debe o no asumir el papel de su esposo como accionista del bufete que presidía. Cuando ella toma conciencia de clase y de su carácter unidimensional como ama de casa, es en el momento en que Claudio –abogado y miembro del bufete−, le pide que firme para cederle los derechos de su marido muerto refiriéndose a ella como “princesa”; es entonces, mientras ella va manejando de noche regreso a casa, que revive en su mente aquel episodio y exclama golpeando al volante del auto: “Princesa, princesa tu chingada madre…” y se decide a tomar las riendas de su vida; tras una decisión de tipo dialéctico, pasa de la conciencia en sí a la conciencia para sí. Sin embargo, la revolución personal de Mercedes queda ahí y más tarde se acuesta con el abogado que le dijo “princesa”, y es cuando ella decide regresar a la unidimensión.

Las Aparicio tiene una lectura crítica donde el capitalismo moderno que vislumbraba Marcuse, se basa en las opciones que la sociedad industrial avanzada ofrece para presentar una libertad limitada en el consumo sexual, proceso en el cual la mujer no deja de ser producto por ser ahora consumidor, sin embargo, en ninguna de las dos facetas deja de reproducir al sistema que la esclaviza.

Mercedes, Julia, Alma y Rafaela reproducen los patrones de los hombres capitalistas sin lograr una independencia real del prejuicio de lo femenino y lo masculino, ya que no se han desprendido aún de la dimensión única del género sexual; incluso parecen engañarse en un mundo de hombres unidimensionales que solo las deja elegir entre asumir la enajenación del hombre o la mujer; o incluso ambas, sacrificándose en una doble opresión sin lucha de opuestos.

El prejuicio forma parte del aparato ideológico con el que el sistema se sirve a reprimir vendiendo falsa liberación; para cualquier Aparicio, el prejuicio más grande es la muerte; el concebirse a sí mismas como portadoras de un mal presagio que se convierte en destino ineludible, sin posibilidad de cambio.

La sociedad unidimensional de Las Aparicio son sus apariencias y las de los que las rodean: el racionalismo de la era moderna es suplantado por el prejuicio y la doble moral; por ejemplo, Armando dice, tras su relación con Julia, que él a las mujeres “o las vuelvo lesbianas, bisexuales o las confundo”; Alma dice estar condenada a la soledad como castigo o sacrificio por desarrollarse profesionalmente; Rafaela dice estar predestinada a padecer un cáncer de pecho hasta la muerte y ni si quiera le interesa hacerse exámenes médicos; Julia siente que no puede evitar la confusión de la poligamia; la hija de Alma, Ileana se siente comprometida a no entregar su virginidad.

En fin, en Las Aparicio, las apariencias engañan y enajenan a quienes aparentan ser libres.