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Evite imitaciones y plagios que proyectan falta de creatividad; nadie más le ha hablado ni le hablará de la entrepierna como nosotros lo hacemos. Somos los pioneros en este concepto, no se separe, no deje de estar entrepiernado con nosotros. Es un gusto...



Su editora desde 2009, Yuriria Rodríguez Castro.



miércoles, 27 de octubre de 2010

Hacerse viejo de golpe

Es de familia esto de envejecer de golpe, y cuando digo “de golpe” no me refiero a que sea pronto, sino a que la vejez te sorprenda sin el molesto proceso de envejecimiento creciente, pero lento y tortuoso que trae consigo. Así, a mi madre, igual a la abuela, a mi padre y a mí, nos llegó el momento, aquel en que te miras al espejo del lago y te ves como el invierno, sin aviso, cuando apenas ayer exactamente eras joven aún.
Por esa razón hemos tenido suerte, porque la vejez antecede breve y con claridad a la muerte, pasa rápido a avisarte de lo eterno, de lo sagrado. Eso pienso mientras sostengo la playera autografiada de un famoso futbolista ante las cámaras; me dijeron unos periodistas que era un homenaje a la valentía de mi papá, quien hoy, hace tres meses que lleva atrapado en la mina.
“No más televisión ¿escucharon?, eso es lo que quieren allá afuera, que nos olvidemos de salir con todo esto”─, irrumpió uno de los obreros en la sala de TV que el gobierno les hizo llegar a través de un ducto que lleva al interior de la mina.
Enseguida se fue la imagen y él quedó al centro de la atención.
“Vean todo esto: pantallas planas, hornos de microondas, internet, cámaras de video, videoteléfonos y fútbol, ¡sólo eso nos faltaba para no exigir nada, y menos por nuestra vida!
“¡Ha enloquecido como otros!, ¡Es comunista!”, se oyó entre los asistentes a la sala de recreos llamada “La evasión”; “¡tenemos que salir!, no entienden; aquí adentro sólo nos falta una sucursal de Wal Mart!”, “¿por qué nadie ha salido?, ¿por qué no intentan aunque sea un rescate rápido y arriesgado?, ¿por qué nada?, ¿por qué sonríen y gritan locos de felicidad a las cámaras?; ¿saben cómo lo presentan los periodistas allá afuera?, dicen que estamos muy bien, ¡poco les falta decir que mejor aquí nos quedemos!”
“¡Se está acabando nuestro aire!”, “¡no se puede hablar fuerte!”, “¡ha olvidado las reglas y merece un castigo!”. La turbamulta comienza a golpear silenciosamente al muchacho, lentamente, pero con violencia. Nadie habla, o hablan muy poco; hasta que lo dejan en el suelo, muerto.
El problema del muerto se resolvió, los medios de comunicación lo callaron como en la mina, adentro por ahorro de aire, afuera por ahorro de protestas. Al muchacho lo cortaron en pedacitos, miembro por miembro, colocando cada parte en pequeños recipientes que fueron enviados al exterior para su respectiva cremación. Nadie lloró. Excepto otros dos, sus amigos, con los que planeó el atentado. Todo salió mal, lo descubrieron y pagó las consecuencias.
“Tenemos que encontrar otra manera…”, dice en bajito Lauro a Jorge cuando se encuentran en la sala de “Comestibles”, que es la más concurrida y por eso la más segura para hablar sin llamar la atención de nadie.
“¿Pero cómo?, ya prohibieron los libros y sólo le hacen caso a la televisión que todo el tiempo les dice que están bien, que mejor aquí se queden…”
“Hay una alternativa… necesitamos ver muchos programas, sobre todo series; les gustan las series ¿no?, ¿cuántas horas le dedican a ver series al día?”
“Unas diez… las dos horas restantes las usan para comer…”
“Antes de las seis te espero en la sala de recreos, vamos a redireccionar “La Evasión”.
“No entiendo…”
“Vamos a enseñarles lo que dicen esas series... y a través de ellas les vamos a demostrar lo que quieren hacer con nosotros…”
Después que Lauro y Jorge creaban mesas de debate en torno a las series de televisión, la mina se convirtió en un centro de discusión cada vez que terminaba un programa, pese a que hablar significaba vivir menos; todos hablaban y cada vez más fuerte. Fue tal el éxito de estos debates, que Lauro y Jorge comenzaron a hacer sus propias producciones con los otros mineros; y poco a poco, casi sin darse cuenta estaban conscientes y listos para la revolución. Una revolución de viejos, envejecidos por la mina.
Poco antes del golpe, Lauro le escribió a su hijo:
“En la mina se envejece rápido, hijo, es como si respiraras en la fosa nasal de una calaca. De golpe, supe el otro día o noche, ya no sé, que pronto moriríamos todos, pero que éste era el presagio, mi vejez prematura, la de tu abuela, la de tu madre, la tuya, que ya te llegará, hijo, y no estaré ahí para hacerte bromas sobre tus canas. No te veré envejecer rápido, ni tú me verás morir, mejor será. El otro día te vi en televisión, te estaban entregando la camiseta del futbolista campeón del mundo que ahora tengo en recuerdo. Allá afuera lo saben todo de los que estamos adentro, me conmoví hasta el llanto, hijo.
Dile a tu madre que no se preocupe por el futuro, nuestra familia dura mucho tiempo joven y fuerte; saldrá adelante igual que tú. El otro día pasaron un documental en la tele sobre la vida en las cavernas, me dio risa.
Me voy hijo, últimamente me agoto hasta de escribir, casi no puedo respirar. A veces pienso que se trata de un experimento, pero no puedo escribirte mucho de eso; también lo vi en la tele, es la única forma como nos mantenemos conectados con la realidad, todos enloquecen con los enlaces del programa de noticias, cuando nos entrevistan en vivo nos damos cuenta que no estamos soñando una pesadilla larga y oscura.
Debes saber que ya no te escribiré más; nos comunicaremos de otra forma; muy pronto lo sabrás, no intentes averiguarlo antes. Discreción es la palabra que te pido consideres, pero me verás muy pronto o moriré intentando salir de aquí, lo verás en televisión.
Del plan; sólo te puedo decir que la pantalla será nuestra nueva arma muy pronto. Estamos contando los segundos para que todos lo vean. Falta poco…”
Unos días después, Lauro le escribió de nuevo a su hijo:
El día en que fijaríamos nuestra postura en cadena internacional llegó, con las cámaras y la gran antena transmisora que nos dio el gobierno lo habríamos de encarar. El anuncio sería la acción conjunta, conciente y voluntaria de quitarnos la vida por televisión. La sorpresa sería el reality show de un suicidio colectivo.
Aquel día unos estaban gustosos de morir; habían pasado tanto tiempo lejos de la realidad, que quizás la muerte sería lo único real que podrían sentir; pero otros, no sé que decirte de los otros, lloro de pensar; otros se aferraban tanto a esa vida que hasta llegaron a enviar mensajes al gobierno para rogarle que los dejaran vivir en la mina, que afuera no tenían nada, ni trabajo, ni casa, ni escuela. Nada, y que la mina era todo para ellos.
Ese fue el día más difícil para mí, como líder del grupo de obreros. Siempre pensé que los líderes eran tipos que andaban en un convertible y luego iban a una junta para más tarde cenar con varias mujeres; y ahora veme aquí, un obrero conduciendo esta carroza al infierno.
Ya nada más hay que te pueda contar, hijo, bien sabes lo que pasó después: nos pasaron en vivo a nuestras familias y a la gente que nos decía “héroes” y “valientes”, muchos se arrepintieron de tomar el amoníaco, sólo tres alcanzaron a tomarlo, a Jorge y a mí nos detuvieron a golpes otros obreros y luego nos encarcelaron dentro de la mina; sí, hijo, sé que te sorprendió saber que hay una prisión adentro de otra, pero así es. Y ahí estuve por varias semanas. Hoy todavía me tienen bajo vigilancia y la mina sigue igual y nosotros seguimos igual, bajo la mina. Cuando nada se tiene, ni la libertad para morir cuando se deseé nos queda.
Esperaremos adentro hasta que el gobierno decida cuando debemos morir. Pero hace unos días tuve una esperanza: mi vejez repentina.
Y mi padre no escribió más.


Yuriria Rodríguez Castro.
10 de septiembre de 2010.


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