Cuando fue vista por primera vez en aquella clase, no era tan guapa, ni demasido bonita, pero su inteligencia la proveía de un toque sexual respirable y denso. En el momento en que ella la vio, le recordó todas las veces que ha visto mujeres que al primer encuentro se quedaron en su pensamiento y oscilando en su sexo como algo perturbador.
La primera estaba al centro de un salón que antes era sala, toda de negro, con su cabello largo y castaño, hablando con un hombre arrodillado; de inmediato se la imaginó desnuda, pero mas bien parecía un recuerdo: sin ropa, con sus grandes senos rosados y besándole el sexo hasta el gemido final. Pero no terminó de recordar, todo era real. Ella estaba mojada mientras la veía.
Ahora, viendo a la maestra, quien mientras da la clase cruza las piernas dejando ver una sombra aguda que invita a traspasar la oscuridad; la alumna suda y se pone ansiosa. La desea, con eso de frustrante que tiene el deseo, de avasallador y evasivo.
En el encuentro en la cafetería, ambas trataban de concentrarse en el estudio, pero en un momento, la mano de la maestra parecía que iba a tocar el brazo desnudo de la estudiante, pero se detuvo a un par de centímetros de distancia con el brazo desnudo de su discípula y fue mejor que el contacto, se hizo un silencio, su piel se estremeció, la maestra retrocedió para no dejarse llevar por un deseo ajeno que podría compartir.
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